Es
poco habitual que lea libros de los que se denominan de “autoayuda”, no porque
piense que no la necesito nunca, al contrario muy a menudo demando cariño y
atención como cualquier mortal; lo que ocurre es que este género si es que se
puede denominar así a este modelo de literatura, no me convence en absoluto y
tal vez sea por lo mucho de “americano” y en este caso francés, que veo en
estas obras cargadas de consejos, terapias psicológicas, frases motivadoras,
instrucciones para cambios vitales, ejercicios físicos y mentales…, vamos auténticos
manuales para alcanzar la felicidad completa y eterna al margen de nuestras
particulares situaciones de vida. Algo irreal si partimos de la base que las
mismas soluciones no vale para diferentes problemas.
Confieso
humildemente que la portada fue el anzuelo irresistible que me hizo picar y
adelanto también que la terminé por pura casualidad y cabezonería.
“Camille se acerca a la cuarentena cuando, de
repente, se ve envuelta en un mar de dudas. No es que sea desgraciada, pero
tampoco se siente realmente feliz. Tiene la impresión de que la felicidad se le
escurre entre los dedos. Es cierto que ha conseguido un trabajo que le permite
estabilidad financiera, pero en realidad no le apasiona. En casa, la rutina se
ha instalado en su matrimonio: ya ninguno de los dos se esfuerza. Y la relación
con su hijo... es más tensa que la cuerda de un equilibrista.
Después de uno de esos días especialmente
catastróficos, Camille se encuentra por casualidad con Claude, quien se
califica como rutinólogo profesional
y le propone una original terapia para ayudarla. Ella no lo duda y se entrega
en cuerpo y alma; necesita encontrar de nuevo el camino hacia la ilusión y la
felicidad. A través de unas sorprendentes experiencias, tan creativas como
reveladoras, va a transformar su vida pasito a pasito hasta lograr conquistar
sus sueños”.
En líneas
generales le elegí porque la sinopsis me hizo pensar en una novela con un
argumento que giraba alrededor de la felicidad, del optimismo y de las segundas
oportunidades. Narrada de forma cuidada, nos cuenta la historia de una mujer en
plena crisis de los cuarenta, el impacto de la rutina en su vida y los
interrogantes que la acechan en un presente que hace tambalear su futuro. Hasta
ahí muy normal, lo original viene cuando aparece el “rutinólogo”, el salvador,
el mesías terapéutico portador de las herramientas que cambiaran la existencia
de Camille para siempre. Más ficción no cabe en un libro sencillo, que está
bien escrito, apto para todos los públicos, plagado de escenas románticas, fácil
de leer y entretenida sin más; un manual de autoestima camuflado en una trama
sencilla que acaba por abandonar la historia de la protagonista para recrearse en
un repertorio de opciones que acaban por convencer de que la felicidad es un
estado mental y que si no somos felices, será por nuestra falta de voluntad e
interés para cambiar de chip.
Reflexiones
servidas en bandeja, moralejas en plan “tirón de orejas”, consejos en tono
imperativo para alcanzar nuestro desarrollo personal y avisos de lo maravilloso
que es navegar por el optimismo eterno.
No quiero
desanimar a los amantes de estas lecturas, me consta que hay verdaderos
seguidores de los libros de autoayuda y reconozco que a muchos les hace
bastante bien; pero no es mi caso, lo he visto muy previsible y excesivamente
inverosímil. Ambos personajes representan lo que yo más detesto, la defensa de
la dictadura del optimismo. Es bueno ser vitalista y ver el vaso medio lleno
pero sin apartarse de la realidad en la que nos movemos; los Claudes no están a
la vuelta de las esquinas y desgraciadamente los finales felices se cuentan con
los dedos de las manos, al menos en la vida que yo vivo.
Me ha
gustado las frases de pensadores célebres que aparecen señaladas en negrita, y
el buen gusto con el que está escrita la primera incursión literaria de
Raphaelle Giordano; pero a pesar de la buena intención que respira el libro,
solo lo puedo recomendar para los que ya saben de que van estas novelas y
especialmente para los que siguen creyendo, que los problemas se arreglan con
un chasquido de dedos o en un abrir y cerrar de ojos.
Termino
diciendo, que mi rabia puede tener algo que ver con los éxitos editoriales y
las campañas publicitarias que sin quererlo “engañan” a los consumidores de “letras”
y en este caso, se vendía una historia aceptable tras el disfraz machacón de la
“autoayuda” y eso no deja de ser un fraude al lector.
“Necesitamos razones para vivir tanto como tener de qué vivir”.
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