viernes, 10 de julio de 2015

El amante japonés, Isabel Allende

Hoy, le toca el turno a una de las escritoras que más me hacen disfrutar del maravilloso mundo de la lectura. Mi elección en cuanto al momento para sumergirme en las novelas corales de Isabel, están siempre ligados a instantes en los que necesito recrearme y soñar con ese realismo mágico que ella trabaja como nadie. Creo que lo he leído todo de esta escritora; desde “La casa de los espíritus” hasta este “Amante japonés”, y salvo las novelas de género fantástico, el resto goza de mi total aprobación.
Los seguidores de la “Allende”, saben que ella es fiel a su estilo, por eso una vez más nos narra la historia de amor sin edad y pasión eterna, entre una judía de origen polaca y un jardinero japonés. Por supuesto, el entramado del romance gira alrededor de una familia, sus miembros y sus avatares de vida, algo muy usual en sus novelas.
Alma y su jardinero Ichimei, son los personajes protagonistas que a lo largo de décadas alimentan un amor con altibajos y contrariedades; no están solos en el relato, Irina y Seth, son dos de los protagonistas que adquieren el rango de secundarios, aunque ser secundarios en las novelas de Isabel Allende se convierte en todo un honor.
Ambientada en la ciudad de San Francisco, una residencia de ancianos es el escenario en el que se nos presenta por primera vez a Alma, ese es el lugar y el punto de partida de un libro contado por un narrador omnisciente, que va mostrándonos desde fuera todo lo que acontece en la vida de estos personajes. El hilo argumental se mueve del presente al pasado y a medida que avanza se incorporan personajes acompañados por sus propias y personales historias de vida. Todos los temas están perfectamente hilados y la variedad de los mismos abarcan cuestiones más allá de lo puramente sentimental; la droga, la pornografía infantil, el sida, los campos de concentración; incluso me atrevería a tildarla de novela histórica por sus múltiples alusiones a la Historia y a su paso incansable por épocas y escenarios de gran proyección mundial.
No destaca precisamente por descripciones cansinas, más bien es justa y se agradece, a ello hay que sumarle el despliegue de elementos mágicos y fantásticos en una búsqueda intencionada de efectos sensoriales y emotivos.
Con todo esto puede parecer un relato empalagoso y triste, nada de eso, es una manera serena de presentarnos una relación que no caducará ni cuando se ponga fin a ella; es tierna, con grandes valores que permanecen más allá de las líneas escritas en blanco sobre negro.
Os la recomiendo y aunque esté mal decirlo, a las mujeres en especial; a pesar de que la vejez, la amistad, la lealtad, la tristeza y el amor no hacen distinción de sexo ni de edad... os gustará a las incondicionales de esta escritora que sin duda cuenta como nadie lo irreal a modo de lo más puramente cotidiano.

El amor como la muerte, tiene un tiempo que no se puede medir con un reloj y mucho menos con un calendario”.

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