domingo, 15 de marzo de 2015

Una pena en observación, C. S. Lewis

Difícil tarea la de comentar un libro donde la palabra “pena” asume el papel protagonista; a menudo suspiramos y dejamos escapar la expresión “que pena”, de forma mecánica y en la mayoría de los casos no responde a una situación anímica verdaderamente dramática ni irremediable... pero siempre está ahí, en nuestro argot diario, incluso para cerrar un día más duro de lo habitual.
Un amigo que comparte conmigo la pasión por la lectura, me recomendó esta novela corta que no dudé en leer a pesar del título que casi anunciaba el contenido de la misma. Son muchas las razones por las que los seres humanos acabamos sumidos en un sentimiento como la pena, pero al igual que otras emociones las causas que la provocan hacen variar la intensidad y los efectos de la misma. Sin duda enfrentarse a la pérdida de un ser querido debe estar allí donde los listones no se pueden poner más altos.
Lewis, intentó superar la muerte de su esposa escribiendo a modo de diarios, en pequeños cuadernos, las reflexiones que invadían sus pensamientos y que lo atraparon en un torbellino de preguntas que no hallaban respuestas. Fue su herramienta para calmar su dolor y poner fin a ese sufrimiento que provoca el desconcierto y el desgarro al que hay que enfrentarse cuando el ser amado se va.
Lo normal es acurrucarnos en lo emocional para sin quererlo prolongar la angustia y el desconsuelo al que inevitablemente tarde o temprano tenemos que enfrentarnos. Es admirable como en muy pocas palabras el autor ha expuesto su “pena” en una vida cotidiana en la que ya nada es igual y donde la evidente crisis de fe, demanda con exigencias respuestas de Dios. Ante su particular tortura de sufrimiento, en un callejón sin salida, este esposo sucumbe a la lógica de la razón y al conformismo de su esencia cristiana.
Sin duda es una lectura potente e impactante, pero el repertorio de sentimientos y emociones que muestra Lewis nos resulta familiar, y lo mejor es la transparencia y sencillez a la hora de presentarlos. No es un libro que se rechace por miedo a lo que se nos cuente, más bien se empatiza y nos ayuda a reconocer que todos en algún momento de nuestras vidas nos hemos hechos las mismas preguntas, hemos sufrido y nos hemos perdido en una “pena” que no parecía tener final.
Al cerrar el libro, aprendí cosas que ya sabía; que el dolor no solo es inevitable sino imposible de ignorar, que una vez que lo aceptamos la vida se hace más llevadera, que echando mano de nuestros mecánismos de defensas acabamos descubriendo o inventando estrategias para alejarnos de él, que el tiempo no lo cura todo, más bien somos nosotros los que con su paso nos vamos reconstruyendo y defendiéndonos de ese imprevisible desastre, que la tristeza se acomoda tan cerca de nosotros que parece que estuviera pegada a la piel... demasiadas impresiones que forman parte de nuestra “genética de vida” y que Lewis escribió a modo de bálsamo en busca de una oportunidad a la esperanza.
Escribo esta reseña y  tengo en mi cabeza nombres de mujeres que en los últimos años podían haber estado escribiendo estos cuadernos como auténticas declaraciones de amor eterno, no las nombro porque ellas saben quienes son, ellas deberían haber escrito estas letras porque sólo ellas saben lo que es ser la destinataria de tan amargo e injusto destino, y por eso les dedico mi comentario y les deseo que el paso del tiempo sea generoso con ellas, y las compense por tan irreparable experiencia.
Os garantizo que este libro cargado de sentimientos es una invitación a bucear en la razón, la eterna contrincante del corazón y que cada cual decida si ha valido la “pena” recrearnos en ella. Esta vez las frases para cerrar las he escogido de la novela. Deseo que os aporte aquello que todavía no habéis encontrado.
"Nadie me había dicho nunca que la pena se viviese como el miedo. Yo no es que esté asustado, pero la sensación es la misma que cuando lo estoy."
"Los rostros de los seres a quien mejor hemos conocido, los hemos visto desde tantos ángulos, bajo tantas luces y dotados de tantas expresiones (paseando, durmiendo, riéndose, llorando, comiendo, hablando o pensando), que todas estas impresiones se nos enmarañan simultáneamente dentro de la memoria y quedan confundidas en un simple borrón."

"Porque he descubierto una cosa, el dolor enconado no nos une con los muertos, nos separa de ellos."

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