miércoles, 4 de marzo de 2015

Seda, Alessandro Baricco

Cuando hago referencias en mis reseñas a otras novelas, se despierta en mi un gusanillo de nostalgia que me hace buscar en las estanterías el libro en cuestión y claro una vez que lo hojeas, no tienes por menos que detenerte en él y sumergirte nuevamente en su lectura; en lo que llamamos “releer” y como para eso no soy perezosa, he vuelto a disfrutar con “Seda” tanto o más que la primera vez. Muchas veces me digo que debo abandonar esa costumbre, porque el tiempo empleado en releer, se lo robo a lecturas que me esperan impacientes, pero luego yo sola me consuelo diciendo que no dejo de hacer lo que más me gusta, aunque lo haga por segunda vez. Cada vez es diferente y todas son extraordinarias.
Seda” narra la historia de un comerciante francés, Hervé que viaja continuamente a Japón para adquirir gusanos de seda con la intención de abastecer la industria textil de su localidad natal en Francia. El ambiente que sirve de escenario a este relato son las relaciones comerciales de Europa durante el siglo XIX en las lejanas tierras de Oriente. Podría parecer una novela histórica, pero no es así, el tema universal que caracteriza la narración es el amor; tanto es, que la aparición de una enigmática mujer en la vida de nuestro viajero, con la que inicia un romance clandestino y prohibido, lo que no deja lugar a dudas y como no hay dos sin tres, el tercero “en discordia” es el tratante japonés con quien se establecen los intercambios de mercancías entre ese binomio geográfico de Oriente-Occidente.
A lo largo de ciento veintiocho páginas, Alessandro construye una intensa y lacónica historia repleta de sensualidad y seducción valiéndose de dos modelos de amor, el convencional y el exótico, representativo de los dos mundos que aparecen en la novela con una contraposición cultural evidente y muy bien tratada.
En los sesenta y cinco capítulos de escasa duración se aprecia un cambio de ritmo que va creciendo a medida que avanzamos en la lectura; todo ello utilizando un lenguaje de una extraordinaria sencillez, conciso y dotado de un preciosismo literario que consigue convertir un libro de viajes en una novela de amor. Me ha recordado la estructura de las fábulas orientales o los poemas llamados “Haiku”, por la manera tan profunda de evocar los sentimientos.
No hay que olvidar la gran carga emocional y simbólica del relato y por supuesto su merecido valor literario.
Quiero detenerme en el papel que juega la mujer en la novela, representada en la esposa de Hervé y la desconocida que permanece junto a su benefactor japonés; en ambos casos es infravalorada pero sin duda ajustada al estereotipo de mujer decimonónica.
La recomiendo para descansar de lecturas de esas que yo llamo profundas, no decepciona y aporta información suficiente para conocer las lejanas tierras de Oriente. Como curiosidad decir que la portada es la espalda de un kimono, prenda femenina de la mujer japonesa.

Cerré los ojos y le pedí un favor al viento: llévate todo lo que no sea necesario. Estoy cansado de equipajes pesados que no me dejan avanzar. De ahora en adelante solo quiero llevar lo que quepa en mis bolsillos y en mi corazón”.

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