sábado, 7 de marzo de 2015

"El año sin verano", Carlos del Amor

Cuando una novela se me cruza persistentemente no puedo ignorarla, tarde o temprano me rindo ante ella para desvelar la causa de su insistente presencia. Hace unos meses “El año sin verano” tomó ese papel de aparecer en todas las librerías y escaparates, ante los que me detenía para ir agregando títulos a esa lista de libros pendientes que yo mismo engordo día a día.
Desconozco las razones pero me alegro de no haber mirado para otro lado, sólo le puedo poner una pega que a la vez es una virtud, lo corta que es y lo mucho que me hubiera gustado que hubiese sido el doble de lo que es.
Podría decir que por lo que he disfrutado y en vísperas de ese verano que se acerca que, es muy adecuada como literatura de descanso y playa, pero francamente suelo darle esa descripción a otro tipo de novela que nada tienen que ver con la primera del periodista Carlos Del Amor.
Cuando por las noches recorro calles, me apasiona mirar las ventanas encendidas y contemplar algunas de las escenas que en ese apresurado pasar en ocasiones acierto a ver; luego, con lo poco que he visto doy riendas sueltas a mi imaginación y creo mentalmente historias de gente que no conozco y a las que acabo atribuyéndole acciones buenas y malas según mi criterio y generosidad.
Al leer el argumento de este “Año sin verano” me emocioné y sin pensarlo dos veces me puse “manos a la obra”... lo mejor que he hecho últimamente sin despreciar nada de lo leído hasta hoy.
El título me asustó, madre, pensar en un año sin verano es toda una tragedia al menos para los que le sacamos tanto provecho; y quizás todo influyó para elegirlo. Lo que en un principio se presenta como una simple historia de vecinos se convierte hábilmente en una novela repleta de retazos de vidas ajenas que evolucionan envueltas en ingredientes como secretos del pasado, misterios, muertes sin resolver, pasiones, amores prohibidos, enamoramientos eternos, apariencias que engañan...
Carlos del Amor escribe dentro del género de la narrativa pero sin encasillarla en otros subgéneros; podía ser autobiográfica, policíaca, de misterios, romántica, hasta un melodrama... pero mejor lo quedamos en una original novela dentro de otra novela, donde la realidad se confunde intencionadamente con la ficción, llegando a sembrar las dudas entre lo real y lo ficticio. Por supuesto es una novela de las que llamamos coral por el despliegue de personajes que desfilan a lo largo de la misma y de los que vamos sabiendo poco a poco todo de ellos hasta dejar de ser “ajenos” para convertirse en parte activa del relato.
El argumento nos presenta a un periodista con bloqueo creativo que ante las exigencias de su editorial, se refugia en un inmueble propiedad de un familiar durante el mes de agosto nada más y nada menos que en Madrid. Su intención es escribir la historia de su abuela, pero el hallazgo fortuito de un manojo de llaves que abren todas las puertas de la finca, le ofrece la posibilidad de dar un giro a sus pretensiones literarias. Lo que comienza como un pasatiempo o curiosidad mal sana, se materializa en una tentación difícil de superar, llevándolo a visitar los domicilios que en esos momentos están deshabitados.
En esa violación intencionada de la intimidad ajena, nuestro osado escritor se enfrentará con vidas anónimas de las que irá descubriendo las realidades pasadas y presentes que las rodearon, convirtiéndose en el detective de una trama por desvelar alrededor de esas vidas cruzadas en el microcosmo de un vecindario madrileño.
Me ha gustado el papel que Carlos le otorga al “vecino”, ese gran desconocido del que nada sabes y sobre el que todo te preguntas; vecino que resulta más interesante si lo melodramático está cerca de él e irresistible, si algún secreto planea sobre su persona. Junto a esta figura, un personaje inanimado, “el ascensor”, lo que podría decir y aportar un ascensor si pudiera hablar y que en la novela se presenta como un elemento activo con categoría de actor secundario.
Narrada en primera y tercera persona indistintamente,con un lenguaje sencillo y elegante, buenas descripciones, utilizando el recurso de idas y venidas del presente al pasado, muy bien escrita, sin madejas ni líos que nos pierdan en una trama compleja; y repletas de guiños a la cultura en general sin pasar por alto la literatura y el arte.
Sus personajes podían ser nuestros vecinos, seres muy cercanos a los que le pueden pasar las vivencias que se narran en la novela; incluso lo referente a “cotilleos vecinales” son situaciones que no caducan con el paso de los años y no tienen patria ni dueños. Son de gran simplicidad y acercamiento. Todos forman parte del misterio al que se enfrenta nuestro visitante “a domicilio”, todos son parte de su novela dentro de otra novela, todos participan de un final con truco, respondiendo a esa confusión de la realidad más evidente.
Estaría diseccionando “El año sin verano” pero no creo que dejara nada por contar y el interés por leerla peligraría, mejor os invito a que lo hagáis. Puede que tras una reseña con tantos halagos después os decepcione; yo simplemente describo la sensación agradable que he tenido leyéndola, porque me ha parecido entretenida, ágil y amena... y hasta si me arriesgo muy tierna.
No esperéis al verano.

Nadie cuenta o contamos la realidad totalmente al pie de la letra; inventamos o maquillamos lo que vívimos para hacerlo un poco más interesante”.

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