miércoles, 1 de octubre de 2014

Dientes de leche, Ignacio Martínez de Pisón

Reconozco que no acabo de decidir qué me conmueve más, si la fotografía del niño militarizado con el saludo fascista o recordar lo que suponía que se te cayeran los dientes de leche... Nunca me he disfrazado de “niña militar”, pero no puedo olvidar los planes que hacia cuando notaba que se me movía un diente; la maquinaria mental se ponía en marcha y la imagen de aquello que podías obtener con semejante acontecimiento extra, se parecía más a la realidad que cualquier tarde de merienda de pan y chocolate.
Soy de la generación del “ratoncito Pérez” y junto a tantas otras cosas de mi infancia, lo echo de menos... Ignacio ha recurrido a los dientes de leche y a las fotografías como simbolismo de la evidencia del paso del tiempo, como testigo de lo irreversible de ciertos hechos cotidianos que nos obligan a admitir lo vivido y a aceptar el pasado. Cuando detenemos nuestra mirada en una foto de la niñez nos golpeamos con esa realidad, nos ponemos nostálgicos y pasamos de la emoción a la tristeza sin lógica pero con resignación.
Con esta introducción aprovecho para calificar esta joya de la narrativa española como novela de lo cotidiano, porque son situaciones corrientes las que nos cuenta el autor con una prosa sencilla y sin sobresaltos, de ahí que lo costumbrista sea un calificativo adecuado para apellidar esta lectura de vocabulario accesible, frases limpias y sin duda alguna “apta para todos los públicos”.
Aunque la portada pueda sugerir un tema evidente, yo confirmo que no es un libro acerca de la guerra, ni bélica ni de política o ideologías. Ambientada con mucho acierto en un largo camino que abarca desde los años de la Guerra Civil hasta el triunfo socialista de 1982. Con una cronología tan jugosa se puede hablar de un gran lienzo de la Historia de España en el que aparecen “pintados” los momentos más relevantes de décadas de nuestro país; Guerra, Posguerra, Desarrollismo, Dictadura en horas decadentes, Transición y Democracia, escenario completo para albergar el devenir de una saga familiar a través de tres generaciones.
El descubrimiento de una fotografía por Juan Cameroni destapa “el baúl de los recuerdos”, el interés por desentrañar el contenido de la misma abre la trama de esta novela que gira alrededor de la figura del abuelo Rafaelle Cameroni, voluntario brigadista italiano que llega a España con la intención de luchar en el bando fascista y que por circunstancias no previstas nunca regresará a su Italia natal.

En esta estampa familiar tienen cobijo a partes iguales la crudeza y la delicadeza, lo dramático y lo humorístico, la ternura y la diversión. Lo común y cotidiano adquiere en las letras de “Pisón” rango de importancia suprema, por lo que significa y por como lo narra; no escatima en evidenciar la complejidad de las relaciones humanas echando mano de temas que aparecen inteligentemente desplegados en el libro como son, el amor el odio, la mentira, el miedo, los secretos, la venganza... en definitiva las luces y sombras de las vidas de cualquiera de nosotros.
Trescientas ochenta y cuatro páginas no exenta de equilibrio literario entre tanta dicotomía y emociones que saltan en el tiempo sin abandonar un modelo lineal y progresivo de narrativa, que jamás hace peligrar lo impecable de su construcción literaria.
Se disfruta desde sus inicios, sin tener un ritmo trepidante siempre están pasando cosas, pequeñas cosas que no parecen tan insignificantes y que maquillan esa ausencia de acción. Los personajes que protagonizan esas diminutas situaciones son “de carne y hueso”, que gracias al rescate de sus recuerdos y al buceo en su memoria, recuperan del olvido su pasado lo aceptan y superan, en un juego sabio en el que claudican al paso del tiempo.
Aparece una “paleta” de seres sobre los que destacan Rafaelle y sus dos mujeres, Isabel y Elisa, no son los únicos y por encima de todo, sus vivencias y la resolución de situaciones a las que tuvieron que hacer frente y que sin duda alguna dotan a esta novela de un interés mantenido desde el principio hasta su final.
Os aseguro que se disfruta porque está excelentemente bien contada, porque guarda un secreto que promete ser revelado y porque todo lo que son “historias de familias” siempre acaban enganchando.
Me ha gustado mucho, es conmovedora, tierna, intimista y nostálgica; es única como todos y cada una de esos dientes de leche que tanto anhelábamos perder para obtener pequeñas satisfacciones pasajeras y que hoy tanto echamos en falta.

Finalmente me metí el dedo índice en la boca y empecé a chuparlo. Algo comenzó a moverse en mi cerebro, un pensamiento que se iba abriendo camino allí dentro, un invento completamente loco: ¿Y si lo mordiera? Y sin pensarlo ni un instante cerré los ojos y apreté los dientes”.

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