viernes, 12 de septiembre de 2014

El balcón en invierno, Luis Landero

Me detuve ante esta obra de arte de la fotografía, para contemplar su belleza y recrearme en todo lo que me trasmitía. Ese fue el motivo principal para ojear otra novela más, de uno de los escritores extremeños que más me hacen disfrutar de la lectura. Ternura, cariño y admiración .. nuestros mayores son una de las riquezas más universales de la humanidad; la sabiduría que nos aportan no se encuentra en ningún otro lugar conocido, de manera que un “aplauso” por la elección de tan maravillosa portada y una “ola” por el contenido de sus páginas, que una vez más me confirman la grandeza de Luis Landero y su particular manera de escribir.
Hay que reconocer que un balcón en invierno es poco recomendable, pero hay que admitir que en cualquier otra fecha del calendario, el goce y entretenimiento está asegurado; es la vía de escape para salir al exterior sin abandonar nuestro interior más inmediato. Es un poco el planteamiento que el autor hace en la novela, su balcón le garantiza asomarse a la vida sin poner en riesgo su pasado y su presente.
De carácter autobiográfico, nos plasma un repertorio de recuerdos y realidades que le sirven como protesta a la saturación de ficciones de las que se siente en franco rechazo. Si tenemos una realidad que contar no hay necesidad de recurrir a la imaginación, a la fantasía... es la renuncia de ficción en pro de esa realidad personal e íntima que necesita exponer en el desnudo más atrevido literariamente hablando que nunca pensó ejecutar.
El balcón en invierno” comienza cuando se pone fin a una novela sobre un jubilado que transita con un revólver; hastiado de tanto “más de lo mismo”, hace un giro atrevido y extremo y decide escribir los pasajes de su vida en tono autobiográfico, recorriendo los momentos más inolvidables de su vida, partiendo de un recuerdo relacionado con otra salida a otro balcón en otro momento y junto a la que fuera su madre, tras la pérdida repentina e inesperada de su padre.
Tal como es habitual en Landero en tan sólo doscientas cuarenta y cinco páginas se pueden contar más de media vida sin necesidad de abrumar y bajo la invitación a la lectura calmada, sosegada y placentera.
Ni que decir que lo personal marca toda la narración de una infancia en una familia de labradores de Extremadura y una adolescencia en un barrio obrero madrileño de nombre “Prosperidad”; las alusiones a sus raíces campesinas son un clásico en este escritor, admirador de un tiempo pasado y empeñado en rescatar sentimentalmente una geografía, unos paisajes, unas costumbres, unos oficios, lazos familiares, compromisos vitales; todo a base de recopilar sus vivencias, fantasías, recuerdos y añoranzas, bajo la lupa de la melancolía y la nostalgia. Sin duda es la fotografía de un país y una época que le tocó vivir; la posguerra española, de agradecer que sus alusiones aparezcan con cuenta gotas, por supuesto se entienden sus verdades encadenadas en este escenario que formó parte de su “existir” y del que se considera parte.
Para los que frecuentamos a Luis, la novela ha permitido conocer la fuente de inspiración de muchos de los personajes que aparecen en obras anteriores. Escrito con saltos imprevistos en el tiempo y en lugares sin orden pero con una mimada ubicación. Llama la atención sus referencias al descubrimiento de las letras por un niño en un mundo donde no había libros ni se sabía leer.
Confieso que al principio me desilusionó porque le encontré muchos parecidos con una novela de Perozo titulada “Rosas para Gabriela”, pero tras pocas páginas valoré la posibilidad de aprovechar la oportunidad de sentirme nuevamente identificada con “cosas” del pasado que me suenan de haberlas vivido, y más si las contaba el “Landero” como si de una diapositiva de la vida de las gentes se tratara.
Os recomiendo su lectura sin urgencias, no la necesita, en una tarde ante una buena infusión y en un tranquilo rincón os asomaréis al balcón de la vida de este escritor que bien podíamos ser “cualquiera de nosotros”.

En cada frase en cada instante, en cada suspiro, en cada pequeño acontecer, lo trivial y lo misterioso van a partes iguales. Eso es todo y no hay más que contar. Un grano de alegría, un mar de olvido”.

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