domingo, 10 de agosto de 2014

El haiku de las palabras perdidas, Andrés Pascual

He de confesar que soy una admiradora de todo lo relacionado con la cultura milenaria y ancestral del país del “Sol Naciente”. Es uno de mis grandes sueños poder viajar a esa isla alargada y original que constituye el paradigma del sudeste asiático. Ante la dificultad de cumplir semejante sueños por diferentes y variadas razones, voy conformándome con la lectura de libros que me permiten aproximarme a una de las civilizaciones más admirables del planeta.
Tras leer al peculiar escritor Murakami, del que he aprendido bastante con sus “extraños” cuentos, en esta ocasión he descubierto de la mano de Andrés Pascual, una historia de sentimientos gracias a un poema japonés que recibe el nombre de “Haiku”,composición de diecisiete sílabas, muy breve en el que destaca la admiración por la naturaleza de aquel que la escribe y la contempla; por supuesto es un género poético de la literatura japonesa y sinceramente nunca había oído hablar de él.
Partiendo del haiku y otorgándole un protagonismo a la altura del resto de los personajes; el autor narra una historia que abarca la nada despreciable cifra de setenta años. Dicho espacio de tiempo ofrece cobertura a dos historias paralelas, distantes en el tiempo y con diferente impacto en la obra.
Japón, tuvo que hacer frente a uno de los episodios más crueles de su historia, el nueve de agosto de mil novecientos cuarenta y cinco, las ciudades de Hiroshima y Nagashaki sufrieron el impacto de las bombas atómicas por parte del ejército americano y dentro del trasfondo bélico que marcaba los últimos momentos de la Segunda Guerra Mundial. En ese escenario y ajenos a toda maldad, dos adolescentes ven perturbada una cita de enamorados para leer un “haiku” que sellaría su amor eterno. Nunca se llegó al esperado encuentro y sus vidas quedarían marcadas para siempre.
Trasladados al año dos mil diez, el panorama es muy diferente, el mundo se mueve alrededor de la energía atómica manejado por sus defensores con intereses desmedidos y enfrentados a sus detractores con criticas a las centrales nucleares y los peligros que están ocasionan al margen del desarrollo de las civilizaciones.
En estos dos escenarios, dos parejas, dos historias, dos destinos y un único motor de la trama; el poema, que permite desarrollar un argumento en el que la intencionalidad básica es proporcionarnos instrumentos emocionales, para superar las desgracias y los avatares que irremediablemente han de integrarse en nuestras vidas.
Prosa muy sencilla en la que se recrea las costumbres, ritos, valores y espiritualidad del pueblo nipón, es sin duda una elegante manera de introducirnos en la cultura oriental.
Narrada en tercera persona, de ritmo ágil, dividida en capítulos alternos que nos llevan del pasado al presente, marcando la historia antigua una diferencia de potencial narrativo con respecto a la época actual. No es cargante en las descripciones y evita generosamente los detalles morbosos entorno a los desastres de aquella terrible decisión de la humanidad.
Sin duda dos temas presiden lo que parece un sencillo libro apto para todos los públicos; el debate nuclear y la capacidad de los japoneses para renacer de sus cenizas tantas veces como el destino lo exija.
No quiero que se me olvide la alusión a un precioso cuento de la literatura japonesa, “Las grullas de papel”, son esas historias que sólo pueden inventar los orientales y que no dejan de asombrarnos por su dulzura y originalidad.
Destacar que el final es sorprendente e inesperado, bastante ajustado a la realidad y eso en el fondo aunque resulte cruel, se agradece. Curiosamente fue escrito antes de la última catástrofe nuclear vivida en Japón, al parecer Andrés se adelantó a lo inevitable y con el tiempo se ha demostrado que con “haikus” o sin ellos los nipones son un ejemplo de superación, ante los que plegamos rodillas y admitimos que son “dignos de admirar”.

Si quieres saber lo que serás en el futuro, mira a ver lo que estás haciendo en tú presente”.

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