lunes, 30 de junio de 2014

El jilguero, Donna Tartt

Una vez más la presencia en la sinopsis de un cuadro de la época dorada de la pintura holandesa y un pintor discípulo de Rembrandt y maestro de Veermer, fueron motivos sobrados para tomar la decisión de arrojarme a la escalofriante cifra de 1150 páginas y desafiar a semejante “novelón” con la esperanza de no haberme equivocado y preocupada por el tiempo que llevaría poner fin a un libro que pesaba hasta en el “electrónico”.
Ahora mi preocupación máxima es no hacer una reseña tan extensa como el manuscrito que terminé hace ya unos días. Nunca había leído nada de Donna Tartt, he buceado en su biografía y es americana; al parecer hacia diez años que no escribía nada y no me extraña...
El libro está por todos los escaparates de las librerías, impresiona su grosor y acobarda hasta el hecho sencillo de darle la vuelta y leer el resumen, lo que ocurre que tras esquivarlo durante mucho tiempo al final acabas cayendo y atrapada en detalles como los que a mi me convencieron... y zas!, al final lo he leído pero con tremendo esfuerzo y mucha voluntad.
A menudo los libros que promocionan hasta la saciedad víctimas de una campaña de marketing y avalados por algún premio, acaban por decepcionar, bien porque las expectativas que nacen alrededor de él son muy altas, bien porque “no son para tanto”, o sencillamente porque ya se ha leído novelas más cortas y que responden a las necesidades literarias de mortales como yo.
No me atrevería a decir que es un fracaso este millar de páginas, pero tampoco la voy a recomendar como lo hago con otros libros; aún así voy a intentar daros mi opinión humilde y cada cual que decida.
La historia comienza en un museo de Nueva York, una madre y su hijo visitan las salas de los pintores holandeses, un atentado interrumpe la acción y desencadena la trama de la novela. Nada será nunca igual, la tragedia se instala en la vida de Theo Decker, niño de trece años que queda huérfano y se convierte en el portador de dos objetos que defenderá por encima de todo, un anillo ( no el del Hobbit) y un cuadro, “El jilguero” (De Carel Fabritius, 1654); alrededor de la posesión de ambos se desarrollaran los acontecimientos de su vida, narrada por él mismo en primera persona a modo de ejercicio de memoria desde la habitación de un hotel en Ámsterdam, donde hace repaso a su descarriada, maltrecha y desaprovechada vida. Ahora con solo veinte años nos cuenta lo determinante de aquel fatídico día y reflexiona sobre las malas decisiones y escasa suerte de su corta existencia.
Hasta aquí podría prometer mucho leerla pero mejor voy a diferenciar lo positivo y lo negativo de “El jilguero” para no ser radical ni para lo bueno ni para lo malo.
La recomendaría por el argumento que resulta atractivo y original, por los tildes de novela de intriga y suspense que mantiene el interés al menos en más de la primera mitad del libro, a lo que hay que sumar el carácter social y urbanita reflejado en muchos temas que la autora recrea con destreza y elegancia.
Las ciudades elegidas son deseadas por cualquier viajero, Nueva York, Ámsterdam y Las Vegas, y Donna nos la describe con tal detallismo que ya me hago una cuenta de lo que me estoy perdiendo...
Al leerla me ha traído recuerdo de las obras de Paul Auster y bueno, eso me ha gustado.
En conjunto he querido ver fuertes dosis de ternura, desgarro, sufrimiento y emociones muy diversas que nos llegan a través de las vivencias de los personajes que acompañan a Theo en su cruel periplo de vida. Encuentro de agradecer que se aborden infinidades de temas de actualidad, páginas no faltaban...
No se le puede negar el mérito como narradora, su talento y maestría y sus habilidades para mantenernos incansables hasta “ver haber que pasa”
Por el contrario pensaría dos veces el “venderla” porque la gran historia de Theo está plagada de pequeñas historias a medida que introduce personajes; el exceso de descripciones de todos y cada uno de ellos acaba siendo insufrible y el recreo de los hechos que suceden en esas historias es de una extensión abrumadora, sólo así se llenan tal volumen de folios. Es por ello que la categoría de personajes secundarios desaparece, todos adquieren tal protagonismo que no se pueden diferenciar.
El tema de los personajes es muy importante en novelas de este calibre, se puede caer en el aburrimiento y pérdida del hilo de estos si se reitera demasiado sobre ellos. Una galería demasiado repleta para poder llevarlos todos a la vez.
Sobra mucha documentación, el vocabulario es rebuscado y poco asequible, las frases de doble sentido están por toda la novela, las referencias literarias escapan del conocimiento de lectores con buen bagaje literario por lo que a mi entender la autora destina el libro a un público muy letrado.
Su ritmo en calidad decrece al avanzar, personalmente me quedo con las seiscientas páginas primeras. Para no seguir sacando defectos decir que lo que menos me ha gustado es que la escritora hace de “Juan Palomo, me lo guiso y me lo como”, no deja una sola posibilidad a opinar o hacer una valoración acerca de lo que nos cuenta, lo escribe y lo opina, lo da todo hecho y eso “no mola” junto a un final algo redentor, sensiblemente fechado en Navidad que no me acaba de convencer.
Quiero terminar diciendo algo bueno porque lo tiene de no ser así no me lo habría leído y sería inmerecido, vislumbro la intención de Donna de conducirnos hasta la moraleja de que existen segundas oportunidades y que semejante despliegue de historias justifica la necesidad de comprender las vidas que nos ha tocado vivir.
Todo esto lo he deducido tras darle muchas vueltas a “la tarra”. Despedirme diciendo que espero no volver a encontrarme un vademecum igual hasta dentro de otros diez años. “Imposible hacerlo más breve”.

Si le añades un poco a lo poco y lo haces con frecuencia, pronto llegará a ser mucho”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario