sábado, 17 de mayo de 2014

Dispara, yo ya estoy muerto, Julia Navarro

Una vez más Julia Navarro nos presenta una monumental obra a la que hay que enfrentarse sin urgencias porque de siempre se ha dicho “que las prisas no son buenas”. No es la primera vez que la autora de la “Sangre de los inocentes” elige un tema histórico para desarrollar un argumento, plagado de historias humanas con personajes inolvidables que mezclan sus vidas a lo largo de casi mil páginas de relato.
Tras leer esta nada despreciable cifra de hojas, es difícil hacer una reseña breve, salvo que te quedes con lo imprescindible de la obra y dejes en segundo plano aspectos menos relevantes.
Cronológicamente abarca desde finales del siglo XIX hasta 1948 para el groso del argumento, pero en realidad llega hasta la actualidad, momento en el que una cooperante propalestina de una ONG, visita a un miembro emérito de una familia judía para conocer la visión personal de este acerca del histórico e irresoluble conflicto árabe-israelí.
En dicho escenario histórico Julia, tirando de sus dotes de narradora, presenta dos sagas familiares, los Zucker y los Ziad; judíos y árabes ocupando una tierra común, Palestina; para ello se remonta a la emigración de los judíos de la Rusia zarista y su llegada a una tierra donde aún era posible la convivencia de culturas al margen de la religión que profesaran unos y otros.
Dividida en capítulos, la novela cuenta con cambios de ritmo bastante acusados. Un inicio ágil que engancha pero que se ralentiza a medida que se avanza en la lectura y que alcanza momentos tediosos y previsibles hacia la mitad, donde la ausencia de acontecimientos llega a plantearse el abandono de la novela o como en mi caso, saltar páginas en busca de acción y huyendo de frases repetitivas y comentarios recurrentes leídos en párrafos anteriores.
Una vez más creo que con doscientas o incluso trescientas páginas menos, el lector llega a tener una visión general y bastante acertada de lo acontecido en el siglo XX, el más convulso de toda la historia de la humanidad.
Respecto al esquema, la trama argumental, la estructura, la profusión de personajes, la habilidad para hilvanar y alternar historias, la extensión, documentación, prosa, estilo... todo resulta familiar para los que hemos leído otras novelas de esta autora, en especial tiene grandes similitudes con “Dime quien soy” y en ambas como sello de identidad de la escritora el repertorio de personajes, sus viajes al pasado y regresos al presente y el contenido de todas y cada una de las historias personales de semejante mosaico de actores, acaban obligándonos a realizar un ejercicio de memoria digno de aplaudir.
Aún así, es agradable pasearse de la mano de Julia Navarro por ciudades como París, Stalingrado, Toledo y por supuesto Jerusalén; recorrer la Historia de “los grandes pesos pesados” como el zarismo, el colonialismo, el devenir del imperio turco, el polvorín de los Balcanes, el Nazismo y los efectos de la posguerra mundial en donde residen muchas de las causas del mal de esta “tierra olvidada por Dios”.
Quiero lanzar un guiño en favor de la novela en lo que respecta al abanico de personajes, es cierto que resulta abrumador el hecho de ir sumando nombres a medida que se cuentan hechos o situaciones, pero todos y cada uno de ellos representan valores que engrandecen la “historia de amistad” que a mi juicio representa el telón de fondo del argumento; la lealtad religiosa, los compromisos de vida, la defensa de mentalidades, costumbres y raíces, los recursos para afrontar los sufrimientos, adversidades y desafíos humanos... todo, desplaza el pulso entre las dos versiones del enfrentamiento hasta convertirlo en secundario. Yo he disfrutado con ella y  he intentado quedarme con la cara más humana del conflicto.
Con un título lapidario y estremecedor, esta “novela de personas” nos regala un final imprevisible y bien recibido que compensa aquellos aspectos más insufribles de la misma. Mi recomendación es sin duda leerla, relativizando la extensión y algunos detalles “pasables”, no decepciona y contribuye a no posicionarnos y reflexionar acerca del interminable choque entre los colosos árabes e israelíes en la zona más religiosa del planeta: Palestina.

A veces el mal está en los ojos del que mira y no en lo que ve”.

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