jueves, 6 de febrero de 2014

Los jardines de la memoria, Michel Quint

Que verdad es que lo breve si es breve dos veces bueno... Los jardines de la memoria cuenta tan sólo con ochenta y seis páginas inolvidables, de una grandeza de contenido que pasa a formar parte de esos libros que recomiendas tanto que al final olvidas hasta el título. Siempre que hablo de él, lo nombro en singular y acabo volviendo loco a quien se lo recomendé y es que a lo plural y diverso no llega nada. No voy a despreciar la ternura de la fotografía, un abuelo que porta en sus hombros el gran trofeo de su vida: SU NIETO, merece poner mayúsculas aunque no correspondan, una imagen que no podría comentar porque no puedo relatar mil palabras; me quedaría corta...
Relato sencillo, fluido, intenso, conmovedor y original. De carácter autobiográfico, es el homenaje al recuerdo y a la memoria de los antepasados del narrador. Desde niño tuvo que soportar la extraña costumbre de su padre, Gastón, de provocar la risa vestido de payaso a todos los que coincidían con él en eventos y fiestas familiares. Esta actitud en ocasiones se repetía en los lugares más insospechados por lo que la vergüenza sufrida desde niño marca la visión y respeto hacia su padre. Años más tarde, su tío tendrá la oportunidad de explicar el comportamiento de Gastón y las razones del pasado que marcaron la vida de su padre y como la única salida a lo vivido por este era la risa.
En ese momento la novela toma un giro inesperado y se convierte en una reflexión acerca del dolor, del drama, del papel que el humor juega en la vida de los seres que han sufrido y lo que en un principio contemplado por los ojos de un niño era rechazo, en la madurez se convierte en devoción, admiración y orgullo hacia quien tan injustamente enjuició.
Marco histórico nada despreciable, las dos Guerras Mundiales, pero que no se convierten en el tema del relato, aunque sí que sirve de escenario para la trama de la misma. Es la novela que dice mucho en muy pocas palabras; la leí hace unos meses pero sin querer la he vuelto a leer y me ha gustado tanto o más que la primera vez. La memoria es un enorme baúl que a veces permanece cerrado y que de vez en cuando tendríamos que abrir al menos para recordar lo bueno de nuestras vidas y hacer justicia con aquellos a los que un día se la negamos.
El final es una extraordinaria demostración de amor de un padre a un hijo.

La vida es irónica; se necesita tristeza para conocer la felicidad, ruido para apreciar el silencio y ausencia para valorar la presencia”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario