miércoles, 10 de octubre de 2012

Las voces del Pamano, Jaume Cabré

Las voces del Pamano llegó a mi atraída por ese tipo de fotografía antigua de un grupo de niños que te hacen pensar lo afortunada que fue nuestra niñez y lo diferente que debió de ser la de los que con una sonrisa posan ante el objetivo que los inmortalizó.
Estando los niños de “por medio”, maestros o maestras “a la vista”; efectivamente, esa figura que tan importante resulta en los inicios de nuestras vidas son los protagonistas de una novela que no deja indiferente a nadie.
Su argumento contado en pocas palabras puede hacernos creer que la novela será una más de las que tienen el tema de La Guerra Civil como fondo, pero el pasado y el presente se entrelazan magistralmente gracias a los personajes que la protagonizan.
En una antigua escuela en ruinas a punto de ser demolida, Tina, una joven profesora encuentra tras la pizarra un cuaderno escolar de Oriol, el maestro que lo escribió sesenta años antes. A partir de la lectura del mismo y la curiosidad por lo allí contado, la adentrará en la memoria de esos valles e irá desvelando las piezas de una historia de maquis, falangistas y héroes anónimos que nunca fueron reconocidos y siempre enjuiciados.
Paralelamente Tina debe hacer frente a los acontecimientos de su propia vida, la salud, la inestabilidad familiar, la sociedad, los miedos y el incansable propósito de otorgar la robada dignidad de quien lo dió todo por nada.
Tiene un ritmo extraordinario, se combinan distintas tramas que al final se enredan entre sí,nos pasea del presente al pasado sin cambios bruscos y nos aporta un retrato despiadado de la sociedad de estos últimos setenta años. No sabría distinguir que personaje tiene más fuerza, si Oriol con su testimonio que representa la memoria histórica o Tina que refleja la fragilidad de un presente incierto, llenos de desafíos y soledades.
Extraordinariamente bien escrita, apta para todas los gustos porque la “historia” supera las barreras ideológicas.

No hay un medicamento que cure el dolor del alma, sólo hay un anestésico llamado tiempo que te enseña a no sentir dolor, aunque la herida perdure”.

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