jueves, 31 de mayo de 2012

El lector de Julio Verne, Almudena Grandes

La fotografía que ilustra la segunda entrega de los “Episodios de una guerra interminable” te queda sin palabras y a la vez te provoca una avalancha de ideas y comentarios difíciles de reprimir. Gracias a la lectura de la novela me atrevería a pensar que es la foto de Nino frente a su padre, ambos protagonistas de excepción de una historia ambientada en los años de la posguerra española, en un marco rural y con todos los ingredientes a los que nos tiene acostumbrados Almudena Grandes.
La primera obra de estos episodios, “Inés y la alegría” inauguró una serie de seis novelas que se suceden cronológicamente abarcando una trayectoria histórica tan extensa como la producción de dicha autora. Con diferencia y fortuna para el lector, la extensión ha mermado considerablemente aunque no la calidad y belleza de la historia, que gira entorno a la figura del “canijo” y su relación con Pepe el portugues.
Un pueblo de la serranía de Jaén se convierte en el escenario elegido por la escritora para contar a través de los ojos de un niño, sus vivencias en la casa cuartel de su pueblo y como el ser hijo de guardia civil tras una guerra le marca indeseablemente toda su vida.
Aunque la pareja de Nino y Pepe asumen el protagonismo de la obra, no es menos importante el rosario de personajes pulcramente descritos y que contribuyen a dar solidez a lo narrado en primera persona por quien tuvo que hacer frente a las vicisitudes de una niñez de la que irremediablemente se despidió con desgarradora urgencia.
Una vez más el tema de los residuos de la guerra se evidencia en las pequeñas e intensas historias crueles, entrañables, tristes, de impotencia que salpican todo el relato y que nos ayuda a comprender los sentimientos de Nino y de todos y cada uno de los que desfilan con sus alegrías y sus miserias heredadas de tan inolvidable episodio de nuestra historia más reciente.
Otorga Almudena un papel estelar a las mujeres de la novela, a su coraje y valentía y a la capacidad de supervivencia que demostraron ante la ausencia de aquellos que nunca debieron haber faltado.
Destacar la afición del niño por la lectura de las obras de Julio Verne, lo que justifica el tan acertado título de la novela; guiño de gratitud a la figura de la maestra que le invitó a sumergirse en la generosa ficción para huir de la despiadada realidad.
Me alegraría pensar que con esta pequeña reseña es suficiente para animaros a tomar entre las manos una historia donde la guerra queda empañada por la experiencia de un Nino que representa la ternura, la amistad, la lealtad y las ansías de “pasar página” en una búsqueda de la felicidad que sólo puede estar en un anhelante futuro.

Jamás debimos ser testigos del dolor y de las lágrimas de aquellos ojos incrédulos que un día lloraron sin saber porqué lo hacían”.

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